El estilo y el ornamento, y la mirada que lo observa

    Al analizar la arquitectura y el diseño, surge una interrogante fundamental: ¿La decoración y el ornamento son propiedades únicas del edificio o son un desarrollo de la mirada que lo contempla? Para responder a esto, primero debemos entender que la decoración se define como el arreglo de elementos que transmiten orden y belleza, envolviendo la totalidad de los espacios. Por su parte, el ornamento consiste en los elementos que se repiten dentro de un sistema decorativo aplicado. Si bien estos componentes tienen una existencia física, se puede argumentar que su verdadera función y definición recaen en la percepción del observador, ya que están fuertemente ligados a conceptos abstractos de la percepción como el gusto, la conducta, y la memoria poética.

    En primer lugar, la decoración trasciende la mera colocación física de objetos para convertirse en un lenguaje que requiere de una mirada que le interprete. La decoración está vinculada a conceptos de gusto, conducta y maneras, actuando también como la expresión mediante la exhibición de composiciones. Esto sugiere que el acto de decorar no termina en la pared o el mueble, sino que busca ser leído por un observador que entienda ciertos códigos de orden y estatus. Es la mirada del otro la que valida si un espacio cumple con esa conducta apropiada y si transmite la belleza y el orden pretendidos para que fueran observados. Sin una mirada que reconozca estas normas de estética, la exhibición de elementos pierde todo su propósito comunicativo.

    En segundo lugar, la naturaleza del ornamento depende de la capacidad del observador para evocar significados. Según las notas de Gaudí, la ornamentación ha de representar ideas poéticas y funcionar como un instrumento para el recuerdo poético. Esto sitúa al ornamento directamente en la mente de quien mira; el edificio provee el fondo ornamental, pero es la mirada la que le da un significado poético para así quedar recordado con ese significado. Esto se aplica incluso cuando existe una intención de eliminar el ornamento. Dado que la ausencia de ornamento también es una manera de ornamental, es la mirada la que percibe ese vacío no como una falta o error a la hora de diseñar, sino como una decisión estética implementada de manera deliberada. El edificio puede estar en blanco, pero es el mismo humano el que clasifica esa ausencia de color como un estilo válido dentro del sistema de decoración del edificio.

    En conclusión, aunque el edificio proporciona el soporte físico a través de sistemas técnicos, leal estilo y el ornamento residen finalmente en la mirada que los contempla. Es el observador quien decodifica los mensajes de gusto, y es quien activa el recuerdo poético que Gaudí atribuía a la ornamentación, que aunque el ornamento es desarrollado con una intención poética, la poesía la completa quien lo observa. Ya sea a través de la saturación de elementos decorativos o mediante la total ausencia de ellos, la arquitectura solo completa su función ornamental cuando una mirada externa interpreta ese orden, esa belleza y esa poesía y la llena un significado interpretado, tal vez de manera diferente a la intención diferente, pero percibido a su manera y entendimiento de manera externa al desarrollo.

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